Mi amigo inseparable. Él está en cada momento de mi vida, en lo bueno y en lo malo; diría incluso que sabe cuándo no paso por buenos momentos o cuándo estoy realmente feliz.
Una vez en la calle, paseando por el barrio con mi inseparable acompañante perruno, me he percatado de que una de las muchas casas que hasta ahora estaban tapiadas, había sido derruida.
En el suelo habían restos de escombros; de hogares rotos, de sueños que un día se vivieron en ese, ya extinto, hogar.
¿Y cuántas vidas habrán visto crecer esas cuatro paredes?
Es triste, pero bonito a la vez. La cuestión es que esta mañana estoy cautivado por la historia urbana; la calle habla. Parezco un niño pequeño extasiado con nuevas sensaciones, como un desarrollo inesperado de mis sentidos.
Y hablando de sentidos, al llegar a casa he decidido poner al día mis redes sociales, casi un anexo ya a cada uno de nosotros; internet. Asombra ver la cantidad de información que día tras día se transmite por la red, un mundo formado por simples cables que nos unen.
Más tarde, de nuevo en la calle, me he encontrado con un viejo colega, que muy ogulloso, me ha enseñado su nueva moto. Lo cierto es que no soy un fan irrevocable de éstas, aunque tengo una y la disfruto, admito que al ver el pedazo de bicho que se ha comprado, he querido catarla. La sensación de velocidad era increíble, la adrenalina bombeaba por todo mi cuerpo.
En el recorrido he pasado por Plaza España, y he hecho del paseo, una visita guiada por mis sentidos. Hacía tiempo que no me paraba a observar este lugar tan transitado de prisas y agobio. Hoy tenía la oportunidad de ser un transeunte más, pero con tiempo. Recordaba una pared llena de graffitis, por desgracia a día de hoy pocos quedan.
Quizás sea un tema de debate, quizás muchos discrepen mis palabras, pero como siempre digo “para gustos, colores”.
En cualquier caso yo siempre consideraré los Graffitis como arte urbano; arte en las calles, vida en la ciudad.
Se me hacía tarde, aunque aún me quedaban minutos, de modo que decidí coger el autobús. Francamente, ser una persona conocida, con todas sus consecuencias, hizo que me desvinculara bastante de los transportes públicos; hacía tiempo que no me vestía de pasajero de la urbe.
Volver hizo que recordara mis días de anónimo.
Me puse los cascos y confieso que, al verme sumergido en una instrumental; banda sonora de mi recorrido, de mi momento como observador, como espectador de las vidas ajenas pero conectadas a la vez, me pasé la parada del bus.
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